Para todo el que aspira a hacer un buen trabajo, es doloroso darse cuenta que no pudo entregar lo mejor de sí y que los resultados no son los que se esperaban.
Cuando nos damos cuenta de esto (ya sea por retroalimentación de nuestro jefe, familia, o simplemente por autoevaluación), hay dos posibles reacciones que podemos tomar:
La primera es buscar una buena excusa. Una razón válida por la cual las cosas no se dieron como se planearon. Una “buena excusa” será aquella que demuestre que la culpa no es nuestra, y que por ende, nos libere de la responsabilidad, o del cargo de conciencia.
Es una salida fácil, y lamentablemente, la que instintivamente escogemos.
La segunda reacción es la del aprendizaje. En esta debemos sentarnos a entender lo que sucedió y determinar las causas por las cuales fallamos.
Esta es la reacción que usualmente evitamos, porque potencialmente implica llegar a la dolorosa conclusión que sí tuvimos que ver con el resultado negativo, y que sí hubieramos podido hacer las cosas mejor.
Las excusas núnca serán un buen maestro. Por mas feo que sea el proceso, reaccionar con la actitud de aprender de lo que se hizo mal indiscutiblemente nos hará mejores para la siguiente vez.
Escoge aprender, y con toda propiedad y fundamento podrás decir “la siguiente vez saldrá mejor.”