“…Pero tiene que pedir con fe, sin dudar nada; porque el que duda es como una ola del mar, que el viento lleva de un lado a otro.” Santiago 1:6 DHH
Así como amar, creer es una decisión. Pueden existir momentos en los que sentimos una emoción mayor, y por ende, una fe mayor. Alguna predica o sermón, un domingo en la iglesia, una canción, un fin de semana de retiro. Son eventos que pueden darnos un empujón en cuanto a creer.
Sin embargo, al regresar a casa y darnos cuenta que los problemas continúan, esa fe que teníamos se empieza a minar. Cuando vemos que las cosas no cambian, entonces dudamos.
En ese momento, la fe debe ser una decisión en vez de una emoción. Es decidir creer a pesar de que la lógica y mis propios sentidos me hablen de lo imposible que sería un cambio de mis circunstancias.
Una fe que requiere envidencia no es fe, es una predicción. El ancla de una predicción es la posibilidad que ocurra algo. El ancla de la fe es el poder de Dios que obra aún en los imposibles.
Esto es lo que debes tener presente: Tu fe debe influir sobre tus circunstancias, y no tus circunstancias influir sobre tu fe.