Hay dos tipos de estrés: El necesario y el innecesario.
El estrés necesario es aquel que nos empuja a dar nuestro mejor esfuerzo. Son las reglas bajo las cuales jugamos: fechas límite, calidad, ventas, etc. Son límites claros para todos los involucrados, que delimitan nuestro campo de acción. Por supuesto que estos límites nos crean tensión, frustraciones, sudor, y por ende estrés. Sin embargo, muchas veces sucede que estos límites también sacan lo mejor de nosotros. Nos hacen hacer cosas que no sabíamos que podíamos lograr.
También existe el estrés innecesario. Este muchas veces proviene del mal manejo de las variables del estrés necesario. Por ejemplo, sabemos que tenemos un deadline, pero decidimos dejar a última hora todas las tareas importantes. Por supuesto que eso nos va a generar estrés. Al final, el estrés innecesario puede jugar en contra nuestra: no le ponemos tanta atención a los detalles, pasamos por alto la calidad del trabajo, y terminamos entregando algo que no refleja nuestro verdadero potencial.
Para ser buenos en lo que hacemos, primero debemos ser buenos administradores de nosotros mismos. Debemos identificar qué límites no estamos manejando bien, y que después se convierten en estrés innecesario que nos deja decepcionados de nuestro producto final.
Si sabes que eres capaz de dar más, pregúntate qué puedes administrar mejor.
No te estreses innecesariamente.