Los profetas nos advirtieron que la tierra que íbamos a poseer estaba contaminada con las horribles prácticas de los pueblos que allí vivían. De un extremo al otro está llena de corrupción. Esdras 9:11 NBD
Cuando leí este versículo, no pude evitar pensar en cuántas veces a nosotros nos pasa exactamente lo que le pasó al pueblo de Israel.
Dios les prometió una tierra excelente, en la cual iban a poder vivir, y vivir bien. Sin embargo, también les advirtió que cuando llegaran a esa tierra, iban a encontrar a muchas personas ahí que adoraban a dioses falsos, y que tenían estilos de vida que no agradaban a Dios.
Al llegar ellos a la tierra prometida, efectivamente comprobaron que era una tierra hermosa y muy próspera. Habitaron en ella y disfrutaron de todo lo que esa tierra les podía ofrecer. Dios había cumplido su promesa.
Sin embargo, también estaban los habitantes de los que Dios les había advertido. El les dijo que no tenían que tener ningún tipo de relación con ellos, sin embargo, ellos no hicieron caso. No sólo se relacionaron con ellos, sino que adoptaron sus malas costumbres, y adoraron a sus dioses falsos.
Ahí es cuando me pegó el versículo de Esdras, porque a mí me ha pasado eso exactamente: Una vez que recibo las bendiciones de Dios, muy a menudo me termino olvidando del Dios que me las dió. Es triste, pero soy culpable de ser malagradecido.
Dios nos ha bendecido de muchas maneras. Algunas mas obvias que otras, pero definitivamente nos ha dado muchas “tierras prometidas” a lo largo de nuestras vidas.
Que no se nos olvide que aún mas valiosa que una promesa cumplida, es aquel quien cumple las promesas.