Se animan unos a otros a hacer el mal y maquinan cómo tender sus trampas en secreto. “¿Quién se dará cuenta?”, preguntan. Salmos 64:5 (NTV)
Hay tanto pecado que se continúa haciendo simplemente porque no ha sido descubierto. Hay muchas personas que siguen involucradas en cosas que saben que están mal, simplemente porque nadie lo ha notado. Pareciera ser que la única forma de activar la conciencia es que las cosas salgan a la luz.
Y esa es la naturaleza del pecado: Siempre busca ocultarse. El asesino que entierra a su víctima, los contenidos en páginas web que sólo son vistos de noche y en privado, las infidelidades que sólo ocurren cuando no hay nadie conocido al rededor, etc. Todo es parte del esquema en el que opera el pecado: Hacer y ocultar.
Esa es la razón por la que Dios pide que reconozcamos nuestros pecados para poder alcanzar su perdón. En otras palabras, lo que Dios quiere es que dejemos de ocultar nuestros pecados. Y de hecho nos da la primera mano dejándonos a nosotros ser los que saquemos a la luz las cosas que sabemos que están mal.
Así como un tumor maligno, el pecado sólo deja de hacer daño cuando se saca. Y aquí vale la pena enfrentarnos y hacernos una de esas preguntas difíciles: ¿Cuántas cosas dejarías de hacer si alguien las descubriera? ¿De cuántas cosas te arrepentirías si se llegara a saber eso que haces?
Reconocer un pecado y pedirle perdón a Dios es el primer paso para llegar a tener la vida abundante que Dios ofrece. Pero seguir ocultando un pecado y no arrepentirnos de el, es como proteger y alimentar una bestia que sabemos que cuando sea lo suficientemente grande, nos acabará matando.